Por fin ayer hablando con un amigo descubrí el engaño, era tan sutil que no hallaba la forma de explicar lo feo que sonaba a mis oídos cada vez que alguien se definía a si mismo como travieso. A priori una travesura no parece nada serio pero ayer comprendí que una travesura es una trampa y que un travieso es un tramposo.
Aquel que se define como travieso es el que no se acepta como tramposo y en la misma definición está la trampa: absurdamente a todos nos parece simpático un travieso por la connotación infantil que conlleva pero nos resulta inaceptable un tramposo cuando a fin de cuentas son una misma cosa.
En La Ley de Uno hablaba de la fidelidad que no es más que el cumplimiento exacto y riguroso de las propias leyes pues bien, el travieso como el tramposo aplica unas leyes para si y otras para los demás, eso en un niño puede resultar gracioso porque a un adulto le conmueve el ingenio que puede llegar a tener un niño para conseguir sus propósitos pero la excusa del niño es que todavía no ha fijado sus leyes porque no tiene conciencia para ello pero un adulto... no tiene excusa, así que todo aquel que se sienta travieso que se pregunte si le gusta la idea de ser un tramposo.